Las cajeras y cajeros tienen nervios de acero, paciencia de monje y calmado proceder. Suelen estar horas sentados, moviendo sus brazos, manos y dedos. Su vista fija en cada una de las monedas y billetes que deben contar, casi siempre dos veces, para asegurarse de que todo “cuadre” perfecto, tanto para el cliente como para él.
En ocasiones son criticados, incomprendidos, insultados y provocados, pero tras una vidriera, antiguamente estaban en cubículos enrejados, no se inmutan, pues las palabras no penetran, ni su muro transparente ni sus oídos, a juzgar por el impertérrito gesto facial.
Brinda dos leves sonrisas, una al iniciarse el contacto con el cliente y la otra al terminar la operación solicitada. Luego, que pase el siguiente. Y así hasta que todos sean atendidos.
Por estas fechas, pese a la injustificada vorágine e impulsividad de algunos, mantienen su laudable serenidad, concentración y calidad de atención.
Existen otros cajeros, los automáticos, que para algunos son mejores, pero creo no superiores, a un cajero o cajero con cuerpo y alma.
En ocasiones son criticados, incomprendidos, insultados y provocados, pero tras una vidriera, antiguamente estaban en cubículos enrejados, no se inmutan, pues las palabras no penetran, ni su muro transparente ni sus oídos, a juzgar por el impertérrito gesto facial.
Brinda dos leves sonrisas, una al iniciarse el contacto con el cliente y la otra al terminar la operación solicitada. Luego, que pase el siguiente. Y así hasta que todos sean atendidos.
Por estas fechas, pese a la injustificada vorágine e impulsividad de algunos, mantienen su laudable serenidad, concentración y calidad de atención.
Existen otros cajeros, los automáticos, que para algunos son mejores, pero creo no superiores, a un cajero o cajero con cuerpo y alma.
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